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lunes, 23 de junio de 2014

Hnas. Dominicas de San José

En la Solemnidad del Corpus, partió a la casa del Padre la Hna. Alicia Teresa Vargas. 

Rezamos por su felicidad eterna.

miércoles, 11 de junio de 2014

OPTIC

Orden de Predicadores para la Tecnología,Internet y Comunicaciones es una red pluridisciplinaria e internacional, dedicada al estudio de los media, de la cultura digital y de su impacto en las sociedades y en los modos de vida. 

Visita de fray Eric Salobir, OP a la Argentina 



Martes 24 de junio:
     "OPTIC Day" Tucumán  "Impacto y d
esafíos de la cultura digital" | 18,30 pm 
| Sede central de la UNSTA

Miércoles 25 de junio:
     "OPTIC Day" Buenos Aires "Impacto y d
esafíos de la cultura digital" | 19,45 pm   
| Sede del CEOP 
Entrada libre y gratuita

lunes, 2 de junio de 2014

PASIÓN POR LA VIDA DOMINICANA - Adaptación de ACG Bogotá 2007

Vida Fraterna
Damos gracias a Dios por las hermanas que perseveran en fidelidad a través de las alegrías y tristezas de la vida. Ofrecemos nuestra reflexión sobre la vida fraterna para que crezca en todas nosotras la pasión por la vida dominicana y para fortalecer la vivencia auténtica de la fraternidad. Creemos que contiene los puntos esenciales para revitalizar nuestra vida dominicana como Federación y esperamos que sea un recurso para la reflexión personal, encuentros comunitarios y regionales. Nuestra oración es que Dios continúe inflamando la pasión por la vida dominicana y la misión de la predicación en cada una de las hermanas.
¿Qué cosas cambian nuestra vida?
Cuenta  nuestra tradición que en 1203 dos hombres, el obispo Diego de Osma y santo Domingo, iniciaban un viaje inesperado, a petición del rey de Castilla, para llevar a cabo un encargo sencillo que condujo también a lo inesperado. Ese viaje encendió en santo Domingo una pasión inapagable: la predicación y la fundación de la Orden de Predicadores.
En una noche de ese viaje una nueva conciencia despuntó en la mente y el corazón de Domingo. Habiendo llegado a un hospedaje para pasar la noche, Domingo entró en conversación con el hospedero que creía en la enseñanza de los albigenses y había formado su vida de acuerdo con ella. Entraron en diálogo y pasaron la noche compartiendo cada uno lo que creía y cuáles eran sus vivencias; en qué puntos coincidían y en qué diferían. Podemos imaginar cómo cada uno aprendió del otro; cómo Domingo, formado por los frutos de su contemplación, llegó a descubrir la bondad del hospedero a través de un diálogo que seguramente fue cargado de pasión porque brotaba de la firme convicción de cada uno de ellos.
158.     Al recordar este bien conocido evento sentimos el desafío de examinar y reconocer el sentido y la vitalidad de nuestra vida fraterna. Este relato recoge los elementos que son necesarios para una fecunda vida en común: compartir la fe en Cristo; contarnos nuestras historias para entendernos mejor; escucharnos; ser consciente de sí misma y ver la perspectiva de la otra; apertura al cambio.
Hay que destacar en ese relato que tanto Domingo como su hospedero fueron transformados. El hospedero volvió a la plenitud de fe en Jesucristo. Domingo nunca volvió a Osma a recomenzar su vida como canónigo regular y suprior. Al contrario, transformado por ese encuentro, se unió a una misión de predicación en la que se le conoció como el hermano Domingo. Este fue uno de los muchos eventos que cambiaron su vida; otros son: lo sucedido en Fanjeaux, la reunión de las primeras mujeres que conformaron una comunidad contemplativa, y la fundación de una Orden.
Hay señales distintivas que marcaron los orígenes de nuestra Orden. Una cosa es cierta: Santo Domingo tenía pasión por Dios, que lo llamaba a algo nuevo y desafiante. Esta pasión hizo que él tomara resueltamente una nueva orientación, junto a otras personas. Él previó que los frutos de la sagrada predicación llegarían si vivíamos gozosamente en unión de espíritus y de corazones, siempre dispuestas a ponernos en camino por el Evangelio y por nuestras hermanas y hermanos. Dios sigue llamándonos hacia la novedad y los desafíos de la vida fraterna que abrazamos con pasión y con gozo.
1. Vida común y misión: Pasión por la Colaboración
El eje de la vida dominicana y el humus del que brota es la comunidad. La tradición dominicana confirma la importancia y necesidad de la comunidad que está detrás de la misión de la predicación: En la Orden la práctica de la vida común se considera esencial para sustentar la predicación, no sólo para apoyar nuestra  vida personal. Una vida común de calidad sustenta y hace creíble la misión de la comunidad. Consideramos ahora algunos aspectos relevantes para un fecundo equilibrio entre la misión y la vida en común.
A. Pertenencia y misión
Santo Domingo experimentó en el sur de Francia, al inicio de su vida apostólica, lo difícil y poco fructífera que era la predicación realizada sin la ayuda de una comunidad. Nuestras comunidades están formadas por distintas personas, culturas, intereses, sueños y esperanzas, pero hay algo que nos hace a todas iguales: hemos sido convocadas y hemos hecho una opción por seguir a Jesucristo, según el carisma de Santo Domingo. Desde ese momento, somos una comunidad de hermanas que puede decir: “ésta es nuestra comunidad”, “ésta es nuestra Provincia” ,¨ “ésta es nuestra Vicaría” , “ésta es nuestra Delegación” y “ésta es nuestra Orden”. Nuestra identidad está en una clara pertenencia que sentimos como un don maravilloso.
La comunidad vive en función de la misión, siempre en movimiento y en la búsqueda del otro. Su razón de ser es encontrar al otro en su situación concreta, para dialogar sobre Dios y su Reino. Si pierde este ritmo, deja de ser ella misma y no será testimonial. Es necesario entonces que la comunidad, animada por  la  priora, y a través de los capítulos, se dinamice por la vida común plena y el compromiso por el anuncio del Reino de Dios.
B. Proyecto comunitario
En numerosas ocasiones nos preguntamos: “¿cómo mantener la tensión entre vida fraterna y misión?”. Un proyecto de todas, para que sea la comunidad quien predique y dé testimonio. Este proyecto, más que una programación de horarios y tareas, es un medio que potencia nuestras relaciones, la comunicación sincera y el compromiso de todas en la misión. Sigue siendo muy necesario que cada comunidad elabore y evalúe anualmente su proyecto comunitario, como cauce necesario para mejorar la vida común. Además de incluir el trabajo pastoral, la liturgia comunitaria y la organización económica, debe recoger los objetivos y medios que la comunidad se propone a sí misma para ser lugar de aprendizaje, encuentro, celebración y casa de predicación. También el proyecto comunitario debe integrar las prioridades del proyecto provincial y del Proyecto Congregacional.
C. Desafíos
A menudo las comunidades que atienden numerosos trabajos se ven confrontadas con dificultades y pueden perder el ritmo contemplativo, haciéndose difícil la convivencia. Reflejamos esto cuando decimos: “nos comunicamos con dificultad”, “la comunidad no nos es útil”, “mi comunidad es el grupo tal o cual”, “somos pocas y mayores”, “mi familia me pide atención y ayuda”, “tengo mi trabajo profesional”... También aquí la comunidad tiene que buscar respuestas, creando espacios para el encuentro con Dios y con las hermanas, tales como diálogos para el intercambio sincero de experiencias, momentos de oración para reforzar la comunión y ocasiones para estar juntas compartiendo actividades lúdicas.
En muchas ocasiones creemos que nuestra situación concreta está llena de graves dificultades y problemas. Abrir el oído y el corazón a los hermanos que viven en contextos de  guerra, violencia y falta de libertad nos ayuda a centrarnos en lo esencial y despierta nuestra solidaridad. Hemos sido llamadas a entendernos y ayudarnos como hermanas. Con seguridad, de la contemplación nacerán las fuerzas para vencer las dificultades que se presenten. En la Orden cada comunidad está llamada a ser “casa de predicación” porque se vive lo que se predica.
Vida común y fraternidad: Pasión por la Comunidad
A. Comunión y comunicación
La vida comunitaria es fruto de un proceso constante y un largo aprendizaje, para responder adecuadamente a la llamada que el Señor nos ha hecho a vivir en fraternidad. Constantemente debemos aprender a “construir comunidad”. A veces constatamos que entre nosotras hay falta de comunicación, aislamiento e individualismo preocupantes. En ocasiones no se cumplen los mínimos de diálogo comunitario sugeridos por nuestras constituciones; otras veces, aún cumpliendo la ley, no se logra la comunicación y participación de todas. Estas situaciones prolongadas dañan no sólo la calidad de la vida comunitaria, sino a las propias personas. Por ello, animamos a las comunidades, con muchas o pocas hermanas, a fomentar una comunicación de calidad entre sus miembros. Antes que nada es una cuestión antropológica que define al ser humano y que nos humaniza. La comunicación en sus distintos niveles (de ideas, de sentimientos, de fe…) crea consenso, comunión, unanimidad. Un medio imprescindible para ello son las reuniones comunitarias, en las que, superando una comunicación superficial y funcional, nos dediquemos las unas a las otras el tiempo necesario para dialogar sobre los principales asuntos que afectan a nuestra vida y misión.
Una comunicación veraz y fraterna nos ayudará a recuperar la confianza mutua en el fondo de bondad que tiene cada hermana y en la buena voluntad que a todas guía. La sagrada predicación fluye de una comunidad que es transformada cada día a través de su vida fraterna. Hay siempre la tentación de escapar de los diálogos difíciles que conciernen nuestra vida afectiva para no aceptar nuestra condición humana o nuestras debilidades. Cultivando la vida fraterna podremos superar las dificultades de comunicación entre generaciones y los riesgos del individualismo que impide integrarse en los proyectos comunes. Por otro lado, nada puede sustituir el diálogo interpersonal. Debemos estar atentos para que los nuevos medios de comunicación (correo electrónico, Internet, teléfono móvil…) no sean sustitutos de una imprescindible relación interpersonal.
Las recreaciones y las celebraciones festivas ayudan a la construcción de la fraternidad, así como el encuentro informal para realizar conjuntamente actividades culturales, paseos… y momentos de sencilla diversión y alegría compartida.
Nunca podrá reducirse lo comunitario en la vida religiosa a sus aspectos psicológicos o morales. Sólo la práctica de la virtud teologal de la caridad –que para Santo Tomás es una forma de amistad (S.Th. II-II, q.23,a.1)–nos ayudará en último término a superar divisiones y discrepancias, a mantener el interés constante por la hermana y a querer su bien de un modo comprometido.
La comunicación debe extenderse también a las Hermanas de comunidades dominicas cercanas. Cuando las hermanas que viven cerca se reúnen suele ser un tiempo favorable para el intercambio fraterno y para mayor enriquecimiento de la misión. Además, la experiencia nos enseña los enormes beneficios que tiene el esfuerzo por acoger con agrado e invitar a otros a compartir la oración, la mesa y la conversación, especialmente a otras hermanas, a la Familia Dominicana, a nuestros familiares y a aquellos que formaron parte de la Orden .Esta apertura a la Familia Dominicana nos ayuda a seguir dando pasos efectivos en la misión común compartida.
B. El don de envejecer en comunidad
El aumento de la esperanza de vida ofrece nuevas posibilidades a la vida dominicana: la hermana llega a mayor teniendo por delante unos cuantos años en los que puede aportar mucho a la vida comunitaria y a distintos apostolados. De hecho, en algunas Congregaciones ha crecido sensiblemente el número de hermanas mayores y muchas de ellas se mantienen en un buen grado de actividad en la predicación y enriquecen a la comunidad con su presencia, sus dones y sus servicios comunitarios. La presencia en las comunidades de hermanas con limitaciones por su precaria salud o sus muchos años deja bien patente que uno no vale por lo que puede hacer o no, sino por lo que es y lo que significa su presencia en la comunidad. Numerosos hermanas nos dan una gran lección con el testimonio en esta etapa de sus vidas.
El progresivo envejecimiento también va limitando las posibilidades apostólicas y de vida comunitaria. Esta situación nos enfrenta con el reto de aprender a envejecer viviendo fraternalmente en comunidad. Envejecer en comunidad es un arte, y como tal exige adiestramiento, preparación, no poco esfuerzo y disciplina, y la práctica de las correspondientes virtudes, entre las que destacan: el dejarse ayudar, no aislarse ni replegarse, esforzarse por conectar con las generaciones posteriores, mantenerse al día y mirar al futuro con esperanza.
Aunque no se puede equiparar ancianidad y enfermedad, el tiempo de vejez es un momento de debilitamiento de la salud. La aparición de nuevas enfermedades vinculadas al alargamiento de la vida debe hacernos más sensibles a la necesidad del cuidado de la salud física y psíquica, y a la responsabilidad que tenemos para ayudar a las hermanas mayores en estos procesos de debilitamiento. Cada Congregación  deberá esforzarse por encontrar los medios más adecuados a sus posibilidades para acompañar y atender convenientemente a las mayores y enfermas. En todo caso, siempre habrá que hacerles sentir que son parte de la comunidad. Desde los inicios de la Orden, la atención y el cuidado hacia los enfermos y ancianos es presentada como tarea de toda la comunidad. Humberto de Romans escribía: “no hay mayor misericordia que la que se dirige hacia los enfermos”, y que ancianos y enfermos deben ser tratados “con todo el cariño” (Opera de Vita Regulari I, 205; II, 304).
3. Vida Consagrada: Pasión por el Discipulado
A. Corresponsabilidad
Hoy se da una desconfianza global en la autoridad como se practica en muchos gobiernos e instituciones, lo cual hace difícil el ejercicio de la misma autoridad. Además, los efectos negativos del individualismo crean una tensión entre la persona y el bien común. El consenso ya no es una opción en una sociedad polarizada en la que el interés se centra en las debilidades de las personas más que en la búsqueda sincera de la verdad. Nuestra vida dominicana no está exenta de las actitudes que son comunes en nuestro propio tiempo. La meta de nuestro sistema de gobierno es alcanzar el consenso entre las hermanas. Por eso animamos a todas a renovar nuestra profesión y a examinar de qué manera nos hace conformes a Cristo.
El reto para todas nosotras es seguir el ejemplo de Santo Domingo, que se sometía a las decisiones del Capítulo General. Sólo en el aprecio y respeto a nuestra legislación encontraremos el camino hacia la santidad y la felicidad. Esta espiritualidad de las Constituciones nos llama a la responsabilidad mutua, o la corresponsabilidad. A todos se nos pueden pedir cuentas del propio funcionamiento de nuestras comunidades y de nuestra vida dominicana. Desafortunadamente, este dar cuentas se ve a menudo como una pérdida de autonomía personal, cuando de hecho es el reconocimiento de que somos mutuamente responsables de nuestra vida y de cada uno en particular.
La unidad de nuestra vida tiene su raíz en la obediencia, que es un diálogo multifacético de discernimiento en búsqueda de la cooperación entre las hermanas para bien de nuestra vida y misión. Al mismo tiempo, este voto en particular nos plantea el desafío de “superarnos a nosotros mismos en el corazón” . Aceptamos en obediencia lo que primero no queríamos aceptar. Un poco después descubrimos que tal aceptación produce gran fruto en nosotros y en bien de otros. Cuando esto sucede recuperamos el celo de nuestro primer amor  y pasión por la vida dominicana. Puesto que libremente profesamos obediencia, la verdadera prueba de que lo hicimos responsablemente la damos cuando nos piden que hagamos algo que no estaba en nuestros planes.
Es muy importante que, en el ejercicio de su cargo, la priora promueva el libre cumplimiento del deber, animando, alentando y dando fuerza a las hermanas para que vivan la vida que han abrazado al profesar.
Desde el primer inicio de nuestra formación, todas hemos sido formadas para ser las primeras responsables del crecimiento de la propia vocación en libre cooperación con la gracia. Por lo tanto, nadie tiene el derecho de dispensarse a sí misma de lo que está mandado en nuestras constituciones sin la debida consulta y el permiso de la autoridad competente. Ni cabe abusar del argumento de estar siguiendo la propia conciencia como un modo de evitar responsabilidades. El Capítulo de Providence (n. 279) nos recuerda que “nadie puede considerarse un centro autónomo de actividad y al mismo tiempo pertenecer a la Orden. Somos interdependientes por necesidad y por vocación.
B. Vida afectiva
Algunos aspectos de la cultura actual, presentes en la publicidad, las películas, los programas de televisión, etc., son contrarios al Evangelio y a la dignidad humana. El tráfico de mujeres, la pornografía infantil, y el abuso sexual corroen trágicamente un principio fundamental del Evangelio: la inherente dignidad de cada persona creada a imagen de Dios. A pesar de todo esto queremos reafirmar el hecho de que nosotras mismas amamos y somos amados. Con todo, el amor humano es limitado y encuentra su cumplimiento en un amor más alto, que es una relación con Dios. El amor que Dios nos ha tenido es la razón real de nuestro ingreso en la vida religiosa. Por consiguiente, con libertad y con gozo abrazamos el amor casto como una expresión de nuestra pasión por Dios y por las relaciones interpersonales.
Nuestras comunidades son lugares de comunión y acogida. Esto es especialmente cierto en el caso de aquellos hermanas nuestras que están pasando por cualquier clase de sufrimiento. Cada una de nosotras, durante el camino de nuestra vida, tenemos que asumir los momentos de crisis en los que requerimos compasión, comprensión y perdón, más que juicios. A este respecto todas somos iguales. Enfrentamos los mismos desafíos de búsqueda de equilibrio en nuestras relaciones interpersonales, en las que descubrimos cercanía y cultivamos la amistad, aun sabiendo que ningún ser humano podrá nunca responder a todas nuestras necesidades.  
La vida fraterna se vuelve real sólo cuando cada uno se encuentra de veras con el otro, como Domingo con su hospedero. Y aunque hay muchos temores cuando se trata de hablar de nuestra vida afectiva no deberíamos rehuir las conversaciones en las que llegamos a escucharnos, a compartir nuestra vida y a enfrentar nuestro ser humano en toda su complejidad. El conocer y comprender las historias de nuestras hermanas nos ayudará a saber cómo apoyarlos y nos hará crecer en nuestra afectividad. Esta comprensión mutua nos da la oportunidad de ser compasivas y de crear espacios en los que la hermana se sienta capaz de expresarse con verdad y libertad. Esto exige tiempo, paciencia y un interés sincero por ella.         
Como lo habremos comprobado, hay desafortunadamente circunstancias en que alguna hermana poco a poco se aparta de la comunidad sin que nadie lo note. Si alguien nos pregunta “¿dónde está tu hermana?”, ¿tenemos una respuesta? Una parte esencial de nuestro crecimiento y transformación como seres humanos es poder asumir responsabilidades unas con otras y poder responder unas por otras. Somos transformadas viviendo en fraternidad con aquellas que Dios ha reunido en un determinado tiempo y lugar. Para que esto suceda, nuestra experiencia es que necesitamos renovar nuestro sentido mutuo de confianza y confidencialidad. Compartir nuestra vida incluye hablar de los errores que cometemos y de las fronteras que hemos traspasado. Si no hay una suficiente relación entre nosotras, perdemos aquella atmósfera de confianza necesaria para animar a los hermanas en sus tiempos de dificultad y para experimentar el poder de la gracia en medio de nuestras debilidades. Proponernos esto es reconocer que somos responsables de nosotras mismas, y de las hermanas, y de las demás personas, y caminar hacia la sanación y el perdón. 
C. Compartir de bienes
Desde los comienzos de la Orden, Domingo vinculó estrechamente la credibilidad de nuestra predicación con una vida de pobreza voluntaria en la cual imitamos a los apóstoles “que sin oro, plata o dinero anunciaron el Reino de Dios”. Para él las necesidades de otros tenían precedencia sobre los libros que él requería para estudiar. Su ejemplo nos hace reconocer que el compartir de nuestros bienes con otros y entre nosotros nos libera de la acumulación de cosas que sobrecargan nuestra itinerancia apostólica.
Cuando entramos a la Congregación abandonamos todo lo que teníamos para tenerlo todo en común. A lo largo del tiempo ¿terminamos poco a poco recuperando lo que una vez dejamos? A medida que una hermana va pasando de un estadio de su formación al siguiente, o de una asignación a otra, sus bienes se van apilando. ¿No sucedió que llegamos a la Orden con una sola valija? Después necesitamos un automóvil para trasladar nuestros bienes, después una camioneta, y luego pasa que un camión no es suficiente. ¿Hasta qué punto podemos poseer más y más cosas sin escandalizar a las mismas personas de quienes dependemos? La pobreza implica desapego (dejar ir). Las que son dueñas de menos cosas pueden en verdad compartir con pasión lo que es más precioso para nosotras: el Evangelio que hemos sido llamados a anunciar (Hch 3,6).
Reconocemos que, gracias a la Providencia de Dios expresada en lo que ganamos con nuestro trabajo, tenemos más de lo que tiene en promedio una persona corriente. El contexto actual es: un mundo materialista con una cultura del provecho propio y del consumismo; un sistema económico injusto que crea enorme desigualdad; millones que padecen hambre todos los días y carecen de toda asistencia médica mientras que otros viven en abundancia; un estilo de vida que pone en peligro la suerte del planeta; nuestra respuesta frente a todo ello es: simplicidad de vida y solidaridad con los pobres. Algunas de nuestras propias familias pueden contarse entre aquellos que están en necesidad. Puesto que poseemos los bienes en común, la ayuda a la familia debería ser decidida por la comunidad o la Provincia y no por la sola hermana. ¿Cómo hallar un punto de equilibrio con respecto a las necesidades de la familia de una hermana sin llegar a que materialmente dependa de la comunidad? Si se llega a ese tipo de dependencia, ¿no habría que decir que estamos haciendo borrosos los valores del reino de Dios que proclamamos y que se supone que son lo primero que hemos de ofrecer?
Nuestras comunidades son fuentes de seguridad y son un signo de la solidaridad con otros. Todas están llamadas a aportar y compartir gozosamente los bienes de la comunidad o de la provincia que son el legado de generaciones de duro trabajo. Hay que cuidar con esmero del patrimonio común. Por ello es justo que seamos transparentes ante la comunidad con respecto a los ingresos que cada una recibe y es justo que los entreguemos libremente. Aquella que retiene ingresos para sí o que no quiere trabajar en realidad está robando a la comunidad. Además hemos de tratar con justicia a los que colaboran con nosotras, nuestros empleados y personal de servicio.
Dentro de una misma Provincia unas comunidades están en mayor necesidad que otras. En solidaridad, como comunidades y provincias hemos de interesarnos por las necesidades materiales de la Congregación y por qué pensarlo también a nivel de Congregaciones de Dominicas Federadas
4. Vida Contemplativa: Pasión por Cristo y por la Humanidad
En nuestra tradición, Santo Domingo fue un apasionado predicador y un hombre de oración. “A menudo Domingo se volvía hacia sus compañeros de camino y les decía: ‘Id adelante; meditemos en nuestro Salvador,’ mientras que él se quedaba atrás para estar a solas. Tenemos que hallar un espacio semejante para nosotras mismas. Esto importa más que la actividad apostólica.” (Damian Byrne, Carta sobre la Vida Común, I. Oración). Como Domingo necesitamos orar sin cesar, hablando con Dios o de Dios, y aprender a vivir en la presencia de Dios donde nuestra oración “fortifica nuestros lazos fraternos y fortalece a la comunidad”. En el contexto de nuestras vidas cargadas de ocupaciones y de un mundo lleno de ruido es absoluta la necesidad del silencio y de la oración. Es responsabilidad de la comunidad proveer la atmósfera, los tiempos y el lugar para la contemplación, corazón de nuestra vida entera. Somos una familia llamada a reunirse para alabar, bendecir y predicar, sin dejar el diálogo con las personas de otras religiones que estiman la vida de sincera oración.
En la contemplación somos llamadas a la conversión y la transformación del corazón. ¿En realidad me reconcilio con la hermana a la que he ofendido, antes de ir a predicar perdón a otros? En cuanto comunidad de hermanas, ¿cómo vivimos lo que predicamos? ¿Hasta dónde contemplamos las palabras que predicamos? Nuestra predicación es el testimonio acabado de la calidad de nuestra oración, que integra todos los elementos de nuestra forma de vida. El sujeto esencial de la contemplación es Jesús de Nazareth, la Palabra Encarnada” con quien hemos de tener una relación personal. Puede decirse más: la contemplación afecta nuestra predicación cuando brota de la profundidad de nuestra experiencia y del servicio a la gente de nuestro tiempo, especialmente los que sufren, los pobres y los marginados. Si esto no sucede, nuestra predicación se vuelve un “címbalo que resuena” y “una campana que tañe.”
La falta de reconciliación en nuestras comunidades es fuente de escándalo y resta credibilidad a nuestra predicación.
Conclusión
Empezamos esta reflexión con la historia de Santo Domingo y el hospedero. El lugar para que se diera este cambio de vida no fue un púlpito sino una hostería en la que hubo tiempo para un diálogo profundo y para reflexionar. Aunque haya muchos sitios para predicar, el primero de ellos, para nosotras dominicas, es la vida fraterna en la que tenemos la extraordinaria oportunidad de encontrarnos unas a otras, aceptarnos y animarnos con caridad y misericordia, de una manera capaz de cambiar nuestra vida.
Hemos reflexionado sobre ciertos hechos y acciones que ciertamente cambian lo que somos. Sin embargo, arribamos a la simple pero innegable realidad de que la cuestión fundamental no es “¿Qué cosas cambian la vida?” sino “¿QUIÉN cambia nuestra vida?”.

Preguntas orientativas para la reflexión personal, comunitaria, intercomunitaria:

1-     ¿Qué interrogantes te suscita el texto? ¿Qué cosas te llegaron más? ¿Por qué?
2-     ¿Cómo este texto te ayuda a ahondar en tu ser de mujer dominica?
3-     ¿Cómo vivir la comunión en FEDAR para que sea un signo profético y creíble en este caminar juntas hacia el jubileo de la Orden?
4-     ¿Qué pasos necesitaríamos dar en nuestra región para reencontrarnos como hermanas dominicas?
Las regiones, creemos, serían: 
ü      CUYO: La Rioja, San Juan y Mendoza
ü      LITORAL: Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe
ü      BUENOS AIRES: CABA y provincia
ü        NOA y CENTRO: o bien las 4 provincias juntas o bien El NOA sería solamente Tucumán y Salta y el CENTRO sería Santiago del Estero y Córdoba…



Las invitamos a que nos envíen el fruto de su reflexión a fe_dar@yahoo.com.ar

Les agradeceríamos mucho que las mismas nos lleguen para la fiesta de Nuestro Padre Santo Domingo.

Carta en el día de la Visitación

Buenos Aires, 31 de mayo de 2014
Fiesta de la visitación de la Virgen María

Queridas hermanas en Santo Domingo:
El Equipo de animación de FEDAR queremos hacernos presente en esta fiesta tan significativa para  nosotras Hermanas Dominicas. En efecto, el icono de la Visitación es el logo de las Hermanas Dominicas Internacionales[i], elegido porque expresa justamente lo que queremos vivir: encuentro de mujeres que se gozan en la presencia salvífica de Jesús y la irradian. La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina” (Juan Pablo II,  2-X-96).
Por este motivo y haciéndonos eco de lo dialogado en el último Capítulo de FEDAR les presentamos este subsidio elaborado para que pueda ser reflexionado personalmente y dialogado en comunidad, y si es posible, por región o al menos por diálogos intercomunitarios. Sus aportes nos serán de gran utilidad a la hora de preparar el próximo encuentro nacional de FEDAR a realizarse, Dios mediante, en el 2015 y que, a su vez nos ayudará a vivir con mayor intensidad el Jubileo de la Orden.
Animamos a cada hermana a compartir informaciones, vida, eventos, de su Comunidad o Congregación (aniversarios, profesiones religiosas, fallecimientos, retiros, encuentros, etc.). Para que esto resulte más fácil estamos elaborando un catálogo con la mayor cantidad de correos de las hermanas posible.  Adjuntamos los correos de las hermanas que disponemos hasta el momento para que cuando deseen compartir algo con las demás hermanas solo tendrán que copiar y pegarlas en el destinatario de correo. Enviemos siempre correos colectivos con Copia Oculta (CCO)
A María, Nuestra Señora de la Visitación, le confiamos esta hermosa tarea de reunirnos como familia y reflexionar juntas sobre nuestra identidad de mujeres consagradas, dominicas y predicadoras de la gracia.
Fraternalmente
Hnas Cristina, Lorena y  Rosana OP




[i] DSI (Hermanas Dominicas Internacionales) es un movimiento internacional de Hermanas dominicas que busca crear lazos entre todas las Hermanas Dominicas de Vida Apostólica en el mundo, para el bien de la misión de la Orden. Está compuesta por 153 Congregaciones 25.400 Hermanas Dominicas en 111 Países. Si querés saber mas visitá la Página web de DSI: